Si encontrara esos cálidos abrazos otra vez, no los soltaría mas. Si me protegieran como lo hicieron, no me alejaría mas. Si no hubiese sido todo tan efímero, todavía seguirían siendo los más deseables. Pero los días corrieron y a las palabras se las llevó el frío viento del mes de junio de aquel año. Junto con las hojas de los árboles y mi alegría. Las mañanas se volvieron grises y no había noche en la que no te pensara, en la que no deseara tu compañía.
Las lágrimas se habían convertido en las únicas compañeras, solo ellas comprendían lo que me pasaba. Ni mis palabras se oían, quedaban atragantadas en el medio de la garganta intentando salir y al menos decir un basta. Un adiós. Pero ni siquiera eso. El silencio era mi guía, y todo lo que no te dije ahora quedó en mi cabeza, rondando como las ideas y mi necesidad de tu compañía.
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