Ayer llegué a casa y me largué a llorar. Creo que era de cansancio, nomás. Pero lo dejé a el en el colectivo como casi todos los días, y me puse bastante triste. Es esa 'dependencia' podría llamarle, que me agarra cada vez que me empieza a gustar alguien de verdad. Cada vez queme interesa alguien, que me importa. Se transforma en una necesidad esa persona. Ojo, a no asustarse que no es nada enfermizo. Por suerte tengo varias cosas para hacer por estos días que ocupan mi tiempo mas allá de ponerme a esperar un mensaje suyo, como me pasaba antes. Y entonces llega ver que se va, que se aleja, y no es que me agarre el bajón porque se vaya a su casa después de ver lo cansado que estaba de haber pasado todo el día conmigo. Es que se vienen todas las sombras arriba de la cabeza transformando los buenos momentos en pasados irrepetibles, y ocultándolos con miedos inexistentes.
Porque me puse a pensar que con estas malditas sombras arruine todo.
Que al final lo ahogue y me vuelva insoportable y se vaya. Que no lo deje volar, tener su propia vida como yo tengo la mía.
Que conozca a otra y se las pique, una más atractiva y con menos conflictos...
Y mil veces escuché de mil bocas diferentes que olvidara, relajara y me dejara disfrutar.
Y mil veces lo intento y lo voy a seguir intentando, así como voy a seguir intentando ser más rápida haciendo lattes y caramel macciatos. Me dijo que ahora que conseguí las cosas que quería había que seguir peleando por ellas. Puede que suene trillado pero es verdad. Y esta vez no quiero que la cobadía me gane como hace siempre. Como la dejo hacer siempre.