8 de agosto de 2011

Café

Afuera está nublado, hace frío. me levanto como a las nueve y media, cansada, con ganas de seguir un rato más en la cama. Pero lo hago, mientras por mi cabeza, como todas las mañanas, pasan dos mil trescientos pensamientos por minuto, intentando resolverlos todos en el mismo instante, ahogándome en un vaso de agua por que sé que eso es imposible. Recorro la casa que está silenciosa, están todos afuera hoy. Y mientras me preparo el cafecito con leche me largo a llorar con ganas. Y lloro mientras pongo las cucharadas de café, mientras hierve el agua, mientras revuelvo un poco para hacer espumita, lloro mientras voy a mi habitación para cambiarme del pijama al uniforme del trabajo, lloro mientras pienso a quién llamar, a quién molestar para dejar de llorar, a quién contarle esto que me pasa. Y sigo llorando mientras me decido entonces a prender la computadora y escribir acá. Que salga lo que salga. Que lo lea quien lo lea.
Es mi espacio.
Me termino de vestir y me miro en el espejo del placard: los ojos llorosos, despeinada, un desastre. Pienso entonces en el escape que me resulta ponerme a llorar cuando no puedo resolver algo, sé que de esta manera no se soluciona, pero mi cobardía puede más y me quedo llorando bajito para que nadie me escuche, deseando que las cosas de solucionen finalmente de un modo u otro.
Y finalmente entonces se va de viaje por un tiempo. Porque lo necesita, porque quiere. Porque le encanta viajar, porque tiene un espíritu mas libre que el mío, y no le importa dejar todo para cambiar de aire e irse con lo poco que tiene en el bolsillo. Y está bien que lo haga, no reniego de eso. Reniego de mis lágrimas que salen y hacen que me ponga triste porque se va. Porque ni él sabe cuando va a volver, porque tengo miedo que se termine enamorando de una papafrita que tenga el espíritu mas libre que yo, que sea desestructurada y que no le importen las cosas que me importan a mi, como tener organizada una salida o los horarios, o que sé yo cuántas cosas más que me llenan de preocupaciones al pedo.
Y me quedo llorando porque lo voy a extrañar muchísimo y porque tengo miedo de que vuelva cambiado y yo ya no le alcance. Aunque me quiera y me lo haya dicho mil veces mis fantasmas pueden más que sus palabras y así me quedo.
Hoy afuera sigue nublado y el día empieza. Tengo que ir a trabajar y no tengo la más mínima gana. Me quiero quedar en la cama enroscada en la bufanda suya que me dejó. Llorando como una María Magdalena, porque al final es lo único que sé hacer. Llorar, y esperar que alguien venga, me abrace y me diga que todo va a salir bien. Soy una pelotuda. ¿Quién me va a querer tan maricona? Y mierda, como lo quiero. Así de loquito y todo. Pero igualmente lo voy a extrañar horrores.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Te amo, amiga...
Y no me impota si sos o no desestructurada, si tenés más o menos inseguridades, si sabés o no cómo resolver las cosas. Y sabés qué? Creo que a él tampoco le importa. Y eso, Corazón, es algo que ningún viaje puede cambiar.

Anónimo dijo...

Te amo, amiga...
Y no me impota si sos o no desestructurada, si tenés más o menos inseguridades, si sabés o no cómo resolver las cosas. Y sabés qué? Creo que a él tampoco le importa. Y eso, Corazón, es algo que ningún viaje puede cambiar.

Feder dijo...

Quedaron unos libros míos
en tu cuarto, en el cuarto
donde duermes, donde desayunas
donde lees esos libros que olvido
de llevar a mi casa oscura
y silenciosa y fría, y fría.

Quedaron unos discos tuyos
en mi mochila, con algunas
de tus cartas, de poemas que escribimos juntos aquel amanecer
que hoy recuerdo en este regreso
a mi casa oscura
y silenciosa y fría y fría.

Feder

Ale dijo...

No seas pavooota, como dijo tu amiga, él te conoció así y así te quiere, un viaje ni varias papafritas van a cambiar eso :)

Acicalada dijo...

Papafrita la chica que no llama a la rulitos que no trabaja y tiene tiempo de levantarle los rulos a usté que está de malas.

(Del PapaFrito no voy a decir nada. Me guardo la rabia para otro momento.)