31 de agosto de 2011

Hay momentos en los que me gustaría volver a quedarme en casa.

28 de agosto de 2011

Pasame un invierno

Pasame un invierno, por favor. Dale, damelo completo: bajas temperaturas, nubes grises en el cielo, un par de tormentas, y un viento frío que nos cale los huesos. Amaneceres tardíos y atardeceres tempraneros.
Pero agregale a eso que estoy con vos. Agregale una compañía placentera, que me hace sentir segura. Unas manos que te agarran firme, unas que recorren la redondez de mi cadera, que siguen hacia abajo y superan las barreras de la vergüenza, compañera inigualable de todas mis semi-aventuras aguadas. Y esas manos que me recorren resuelven por un momento todos mis problemas, logran que me deje llevar por el deseo de que me sigan recorriendo, descubriendo, disfrutando. Cierro los ojos y los colores se dibujan en mi cabeza, se dibuja el rojo, el amarillo, el naranja. Y en eso se atraviesa un beso tuyo en mi panza, las cosquillas que dan esos labios suaves... Esos labios suaves... aquellos que sonríen, que se ponen serios, que me recorren tanto como aquellas manos.  Afuera sopla el viento fuerte, mueve las barritas de madera de la persiana. Puede que se escuche algún que otro coche que pasa raudo por la avenida. Quizás esté yendo a encontrarse con alguien también. Pero la historia del coche es otra, otra que se está escribiendo en el mismo momento que se está escribiendo la nuestra, que estamos acá juntos los dos, el invierno no nos importa. Ni las nubes, ni la lluvia ni el viento frío. Porque nosotros creamos nuestro propio calor entrelazando las piernas, los brazos, los labios. Nosotros somos los que creamos nuestro propio verano adentro de la casa. Entre las sábanas, sobre la almohada.

21 de agosto de 2011

Amigo incondicional

¿Es que este será el momento de ir cambiándole el nombre al blog? Me lo han dicho y a veces también lo pienso. Será que el hecho que tenga el mismo nombre de aquella época en la que no asomaba la nariz de la puerta del edificio ni para ir a comprar mayonesa, quedaron bastante atrás. Y un día sacás la punta de un pie, otro día lo sacás entero, y después la pierna, y sentís en la piel que el cálido sol te pega con sus rayos invitándote a salir, a que lo acompañes en el día a día. Y bueno, con ayuda te mandás afuera. La cabeza se abre un poco más y lo que creías que estaba allá afuera y era todo malo, lo era sólo en parte, porque si, pasaron cosas malas pero también pasaron cosas buenas. Y actualmente están dándose cosas más que buenas. Sentís que rompiste un poco las cadenas que te estaban atando, esas cadenas que vos misma tejiste porque el miedo podía más y te decía al oído que no salieras, que era mejor quedarse por si algo malo pasaba. 
En un momento empezás el curso de cocina, seguís con una búsqueda de trabajo, varias propuestas surgen y aceptás algunas. Decidís, barajás posibilidades y te animás a tomar una decisión, decís que si a aquello que es nuevo. Con nervios y todo avanzás más pasitos. 
Pero hay veces en las que más allá de haber trabajado, haber salido, haber roto las cuatro paredes, no es suficiente. Te encontrás con alguien que te pide que hagas más. Que respires más, que tomes bocanadas de aire gigantes para llenarte los pulmones de pureza, y después largarlo, gritar, correr, sacar afuera. Dejar de llorar por aquello que no te sale. Que te pide que dejes de bajar la cabeza y decidas a dónde es que querés ir a tomar un café. Que le discutas, que vuelvas a gritar, que le digas lo que a vos te gusta. Y entre todos eso pedidos, mis lágrimas vuelven a correr porque me doy cuenta que tiene razón en todo lo que dice. Y le arruino la noche, nos arruino la noche y terminamos haciendo lo mismo de siempre. Y yo termino bajando la cabeza como siempre. Porque no tengo valentía, no tengo espíritu. A veces se siente todo vacío, o todo triste, todo gris. Todo tembloroso ahí adentro. Todo débil, resquebrajado. Mil doscientas treinta y cuatro millones de ganas de dejar de hacer catarsis sobre este mismo miedo de siempre. Sobre este amigo incondicional que aunque yo quiera, no me abandona. Está en el trabajo, está con él, está en los exámenes, está con todo lo nuevo, con lo que no puedo manejar porque siento que se me escapa de las manos. Está en la cobardía, en mis pies, en mi manos, en mi piel. Está en no dejarme llevar. Se vuelve tan monótono... Siempre lo mismo de siempre. Decís esta vez si, esta vez si, ahora si, sale sale se va se va... y todavía ando igual.

13 de agosto de 2011

Se necesita URGENTE un cambio de aire...

10 de agosto de 2011

8 de agosto de 2011

Café

Afuera está nublado, hace frío. me levanto como a las nueve y media, cansada, con ganas de seguir un rato más en la cama. Pero lo hago, mientras por mi cabeza, como todas las mañanas, pasan dos mil trescientos pensamientos por minuto, intentando resolverlos todos en el mismo instante, ahogándome en un vaso de agua por que sé que eso es imposible. Recorro la casa que está silenciosa, están todos afuera hoy. Y mientras me preparo el cafecito con leche me largo a llorar con ganas. Y lloro mientras pongo las cucharadas de café, mientras hierve el agua, mientras revuelvo un poco para hacer espumita, lloro mientras voy a mi habitación para cambiarme del pijama al uniforme del trabajo, lloro mientras pienso a quién llamar, a quién molestar para dejar de llorar, a quién contarle esto que me pasa. Y sigo llorando mientras me decido entonces a prender la computadora y escribir acá. Que salga lo que salga. Que lo lea quien lo lea.
Es mi espacio.
Me termino de vestir y me miro en el espejo del placard: los ojos llorosos, despeinada, un desastre. Pienso entonces en el escape que me resulta ponerme a llorar cuando no puedo resolver algo, sé que de esta manera no se soluciona, pero mi cobardía puede más y me quedo llorando bajito para que nadie me escuche, deseando que las cosas de solucionen finalmente de un modo u otro.
Y finalmente entonces se va de viaje por un tiempo. Porque lo necesita, porque quiere. Porque le encanta viajar, porque tiene un espíritu mas libre que el mío, y no le importa dejar todo para cambiar de aire e irse con lo poco que tiene en el bolsillo. Y está bien que lo haga, no reniego de eso. Reniego de mis lágrimas que salen y hacen que me ponga triste porque se va. Porque ni él sabe cuando va a volver, porque tengo miedo que se termine enamorando de una papafrita que tenga el espíritu mas libre que yo, que sea desestructurada y que no le importen las cosas que me importan a mi, como tener organizada una salida o los horarios, o que sé yo cuántas cosas más que me llenan de preocupaciones al pedo.
Y me quedo llorando porque lo voy a extrañar muchísimo y porque tengo miedo de que vuelva cambiado y yo ya no le alcance. Aunque me quiera y me lo haya dicho mil veces mis fantasmas pueden más que sus palabras y así me quedo.
Hoy afuera sigue nublado y el día empieza. Tengo que ir a trabajar y no tengo la más mínima gana. Me quiero quedar en la cama enroscada en la bufanda suya que me dejó. Llorando como una María Magdalena, porque al final es lo único que sé hacer. Llorar, y esperar que alguien venga, me abrace y me diga que todo va a salir bien. Soy una pelotuda. ¿Quién me va a querer tan maricona? Y mierda, como lo quiero. Así de loquito y todo. Pero igualmente lo voy a extrañar horrores.

4 de agosto de 2011