21 de agosto de 2010

Examen psicológico

Día de primera sesión con mi psicóloga después de un par de meses sin ir. Estaba tan cargada como una bolsa de supermercado llena de naranjas, hasta me puse a llorar y todo. Tremendo vacío que tengo en el pecho, la verdad. No se va, no se quiere ir, está impregnado como una garrapata a un perrito. La tristeza fluye y sale en forma de llanto bastante seguido, es un botón automático que tengo en mi cabeza que sólo me obliga a ver las cosas negativas que pasan.
Me siento tan vacía por dentro, no tengo ganas de estar con nadie, sólo me encantaría que me agarre una amnesia cerebral para olvidarme de varias cosas y volver a empezar sin acordarme de nada, aunque eso valga darme la cabeza contra la pared otra vez.
Soy la mitad y la mitad de una misma persona. Por un lado, lo anterior: desaparecer, olvidarme de todo, esconderme abajo de la cama, abrazada a un almohadón y dejar que la vida pase sin que me afecte nada, sin sentir nada por que ese quizás sea un lugar seguro, un estado seguro. Miedo a todo, a salir, a vivir, a sentir, a caer y no poder levatarme. A veces creo que soy tan débil, que no me voy a poder sostener sola, y otros van a tener que traerme un bastón para no quedarme en el suelo. Me encantaría ser más valiente, animarme a sentir sin preocuparme porque me lastimen, o porque las cosas salgan mal. Disfrutar de esos pequeños momentos que hacen que un día se vuelva soleado sólo para nosotros. Dejar que las cosas que pasaron hace unos meses se vayan como las ramitas a las que lleva el río, sin tropezarse sin ninguna piedra, sin que queden rondando en mi cabeza día tras día y usándolas para torturarme y preguntarme por qué no fue lo que no fue. Es esa sensación de ver que todos avanzan menos uno, que se enamoran, sufren, ríen, salen, gozan, buscan y disfrutan y uno se queda sentado frente a la computadora escribiendo para no llorar, porque ya lo hice esta mañana... y sirvió, sirvió perfectamente. Sirvió para darme cuenta que no vale la pena ponerme mal por estupideces, pero que por ahora, me resulta inevitable.
Y por otro lado me encuentro con la Lucila que busca aquellos momentos felices para guardarlos y aferrarse a ellos en los momentos malos. La que quiere cambiar este camino que me estoy trazando, que no me está llevando a nngún lado mas que al principio otra vez. La que se ríe con los chistes del hermano, que cocina y se pone feliz porque los viejos le dijeron que el budín está genial. La que disfruta de paseos sola en esos días de invierno soleados. La que se emociona con canciones de Ismael Serrano... La que lee libros hasta sentirse un personaje mas compartiendo su historia. La que busca trabajo, y desea con todas las ganas volver a ganarse unos mangos para invitar a mis amigas a tomarse todo. La que te quiere como si no existieras más que vos y la que te odia con todas las ganas.
¿Que será lo que hace que me quede siempre en el mismo sitio? ¿Y si quizás estoy avanzando y no me di cuenta?


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