25 de diciembre de 2010

Escuchar

Hace como dos semanas que empecé a trabajar en una juguetería por la temporada de las fiestas. La verdad que no puedo decir que me esté yendo mal. En el local mas allá de la atención al cliente hay muchísimo trabajo para hacer y por suerte las compañeras que están conmigo son todas chicas muy copadas que están tan cansadas como una y compartimos eso y la poca paciencia por aquellos clientes que te tienen como una tarada esperando para que se decidan a comprar o no de una vez por todas.
Pero lo mejor que tiene este trabajo es cuando te podés quedar charlando con alguno que justo te tocó copado y ahí empieza a contarte media vida. Una chica vino el otro día y me contó que trabajaba en Grimoldi, que no le devolvían las horas, que trabajó doce, que tenía una hija, que trabajó quince años de mesera, que hacía tres que estaba en el local de la zapatería y que el 26 de diciembre era el cumpleaños. Otro me tocó ayer contándome que lo había atropellado un auto, que por eso se le había roto su campera preferida, que tenía dos bebés, que trabajaba en el banco Nación, que lo habían ascendido, de que trabaja ahora y de que trabajaba antes. Y tengo un montón de vidas más para contar pero la verdad es que antes de mezclar anécdotas por lo desmemoriada que soy, prefiero dejar estas que escribí.
A lo que quiero ir con esto es que después de escuchar cada una de las historias llegás a tu casa y te das de a poco cuenta de la necesidad que tenemos de contar lo que nos pasa, de que nos escuchen, de sentirnos presentes en un tiempo y en un lugar determinado a través de las palabras. De saber que el otro está ahí y te está escuchando, está prestándole atención a lo que le estás contando.
Siento que estamos muy solos, que nos sentimos solos. Que al menor indicio de un poco de comprensión, nos prendemos de la mano de esa persona y no la soltamos, porque la necesitamos. Es frase trillada, pero en esta época donde tenés mas posiblidades de comunicarte que antes, creo que esas comunicaciones se volvieron más frívolas, más vacías y que del otro lado no sabes realmente si te están escuchando o no. Porque muchas veces no pasa de un saber como andas. Y es necesario que el otro te lo pregunte, si, pero que sea con verdadero interés y no de compromiso. Me encantaría que todos nos pusiéramos un poco las pilas y empecemos a escuchar, dejemos solo de oír.

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