4 de agosto de 2010

El tubo de pastillas

La noche estaba fría. Era tarde. Los transeúntes pasaban rápidamente, cubiertos con sus camperas, sus bufandas y sus gorros. Armando salía de su trabajo, era uno de los últimos como todos los días y las brillantes luces de la marquesina iluminaban un buen tramo de la calle. Hundiéndose más en su pesado saco marrón,comenzó a caminar hacia su casa. Había sido una noche dura, los directores no lograban ponerse de acuerdo con el dueño que pretendía que se vendieran más localidades. Él tenía que lidiar con las dos partes y quedar en el medio.
Apresuraba el paso a medida que sentía que sus pies se enfriaban; tratando de no pensar en nada. Pero su cabeza no lo dejaba: en la próxima audición, en el libreto, el vestuario, y… bueno, los problemas que había tenido con ella. 10 años juntos ya. Muchísimo tiempo y a la vez, no dejaba de sorprenderlo.

“Estás frustrado, Armando. No podés seguir soñando que algún día vas a pisar las tablas a esta altura de tu vida… ¡No podés ser tan iluso! ¡No tenemos hijos siquiera! Siempre dedicado a eso… estoy cansada ya. Por eso te quería hablar. Me parece que va a ser mejor que nos separemos, al menos por un tiempo, no sé, quiero pensar que es lo que quiero para mi vida, con vos al lado mío no puedo…”


Sacó las llaves, abrió la puerta y sólo vió la oscuridad que invadía la casa. Una oscuridad que estaba ahí presente cada día, por eso es que pasaba la mayor parte de su tiempo afuera.Las ideas y la desazón rondaban su cabeza. No podía dejar de ver esos espacios vacíos que ella había dejado…


Quizo comer algo, pero sentía el estómago cerrado. Pensó entonces en irse a dormir. Se desvistió, se acostó, pero tampoco pudo conciliar el sueño. Se levantó de un salto, se dirigió al baño y agarró un tubo de pastillas del botiquín. Un poco de agua y… ahora iba a poder dormir mejor.

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